a la respiración lenta de los días que no exigen nada.
Camino sabiendo que el amor, si es real,
no se precipita ni se disuelve en los relojes.
No necesita conquista,
ni final.
Es un cauce lento y hondo
que corre bajo la tierra,
invisible, sereno, inevitable.
algo en mí recuerda el modo exacto
en que tus gestos habitaban mis días,
como si el tiempo no hubiera sabido
cómo clausurar del todo nuestra historia.
Nuestros cuerpos,
ese territorio que alguna vez fue compartido,
aprendió otras rutinas,
otras formas de abrazar,
de decir "estoy bien"
sin que tú estuvieras para escucharlo.
Han amado otros nombres,
han creado otros horarios para el sueño y el deseo,
se han dormido con otras manos sobre la piel,
con otros silencios en las madrugadas.
Siempre tus manos.
Mi perdición más dulce,
un puerto donde anclar
cuando todo afuera era marea.
A veces las imagino sin convocarlas,
como quien tropieza con un olor antiguo,
o con una melodía que conoce el camino de regreso.
en los perritos que adoptamos,
dos testigos silenciosos
de un tiempo que se nos escapó entre los dedos.
No los vi crecer,
pero hoy, al mirarlos hermosos y serenos,
siento que en sus ojos habita
una versión antigua de nosotros:
dos jóvenes que creían que el amor
era un refugio sin dolor.
las cosas mínimas:
un poema que me encontré al azar,
una receta que no salió bien,
un dolorcito en medio del cansancio.
Y me quedé muda ante la distancia,
como si mi voz no recordara
en qué rincón del mundo podrías oírla.
que los que se confían a Dios.
Y sin embargo, en mi oración,
te resguardo en un pliegue secreto,
no como promesa,
sino como gratitud.
Eres recuerdo y presente,
una palabra que no se pronuncia
y un silencio que todavía me nombra.
No sé si al otro lado
tu memoria pronuncia mi nombre en voz baja,
si tus manos recuerdan mi cuerpo
como yo recuerdo la forma en que me mirabas,
cuando bastaba un gesto para decirlo todo.
es solo una bruma que se posa,
y pasa.
si alguna vez yo regreso,
será en este lugar sin nombre
donde el tiempo se curva sin exigirnos nada,
y nuestras sombras, sin avisar,
se reconocen como si nunca se hubieran ido.