A veces, la vida te señala qué releer y asusta; porque te recuerda que no es lineal. La vida es espiral y es también de ir y volver muchas veces. Hasta que comprendas, hasta que lo veas todo más claro, hasta que tengas paz.
A veces, la vida se trata de detenerse, de descansar, de soltar. De temblar y de llorar lo que se ha ido, lo que ya no es ni será. Llorar lo que duele por dentro y que no sabes muy bien por qué está ahí.
A veces, también se trata de gritar lo que está mal, lo inconforme que estás, lo que te atraviesa de derecha a izquierda y de arriba a bajo.
A veces, la vida se trata de encontrar nuevos ritmos, nuevas palabras, nuevas formas para ser. De reinventarse, de morirse un poco, de resucitar.
A veces, la vida es tan directa que los oídos explotan, las manos tiemblan, se te acaba el aire. Y no entiendes, porque todo iba bien, creías que caminabas y no. Y ese 'no' es el que te revienta en la cara. Y qué indefensos somos y qué tan débiles nos volvemos cuando eso pasa.
Pero ahí, justo en el lugar donde la fuerza estaba, justo en el vacío que habitas, llegan las manos. Manos que abrazan, que aprietan, que sostienen, que dan calor. Tus manos, porque nadie te sostiene mejor que vos mismo. Y claro, son ellas las que te enseñan a tomar otras manos, a abrazar otras vidas. Y ahí nos vamos encontrando otra vez y nos secamos las lágrimas y empezamos a caminar con ganas.
Y a veces, la vida esto, escribir para mirar los pedazos, para encontrar silencio cuando el mundo hace tanto ruido. Para volver a vivir con algo más de experiencia, con más certezas y entender que las dudas están bien, que el miedo es natural y que no hay que evitar vivir con todo eso, si no que hay que comprenderse, hablarse, escribirse, sonreírse y quererse más, sostenerte siempre y juntar los pedazos, hacerse hogar de uno mismo y así invitar a las otras manos a conocer la casa.
A veces, la vida te señala qué releer y ya no asusta tanto, hay que empezar a hacerlo y confiar.
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